“No tengo qué ponerme” 30 % de la población mexicana tiene sobrepeso.

Publicado el 6/5/2011

Por Eduardo Carrillo,Daniela Félix,Paulina Reynaga

Karla está sobre un puff rojo, en la esquina de la sala. Ella zurce su pantalón preferido: negro, con estoperoles en las bolsas traseras y una rasgadura amplia en la entrepierna. “Siempre se descosen con el tiempo. Si es muy grande el agujero, hay que pegarle un parche” dice Karla, quién a sus 18 años pesa 83 kilos. Mientras continúa el trabajo de costura recuerda cuando compró el pantalón en una tienda para jóvenes, “ni siquiera es de mujer. Es la talla más grande de hombre. El más amplio para ‘niña’ es talla 9…”.



Karla es parte del 30% de la población mexicana que según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) tiene sobrepeso. La talla del problema es cada día mayor, mientras que en las tiendas de ropa, éstas no pasan de la grande. Al menos esa es la queja de las personas obesas que día con día se enfrentan al “No tengo que ponerme” en un sentido literal.



Ella recuerda que desde pequeña, toda su familia ha tenido que ingeniárselas para encontrar ropa. Ya sean uniformes escolares o vestidos de fiesta, los niños obesos suelen comprar ropa de tallas mucho mayores a las comunes para su edad. Doblar bastillas, agregar botones, recortar mangas, todo sea por que una niña pueda ir a la escuela primaria sin que nadie sospeche que su uniforme es la talla más grande de la sección para secundaria.



Muchas personas obesas se ven limitadas a comprar ropa que no está diseñada con el estilo de su generación. Niños con ropa de adolescentes, jóvenes con ropa de adultos “la ropa no está diseñada para gente gorda”. En la ciudad la gente obesa se viste con lo que puede, no con lo que le gusta.



Niños, mujeres, adultos y jóvenes comparten con Karla algo más que un problema de salud. Comparten un problema para vestir: “no hay mucho de dónde escoger”. Si bien muchas tiendas y boutiques cuentan con un surtido de tallas grandes, este es mínimo en comparación con el resto de la ropa, lo que hace que éstas sean aún más demandadas. Adrián Arellano es dependiente de la franquicia de ropa de tendencia Zara dónde “de 12 prendas que llegan, sólo dos son talla grande y son las primeras en venderse”.



A pesar de que algunas personas con sobrepeso pueden acceder a estilos de vestir más variados, juveniles y de “moda”, la situación no es igual para quién padece obesidad. Aunque es común creer que ser obeso y tener sobrepeso es lo mismo, el sobrepeso sólo representa un aumento del peso corporal ideal del 10 al 20 %. Pero la obesidad es un aumento de grasa corporal que eleva el peso de la persona 20% más de lo ideal. Por eso, una persona con obesidad tiene un cuerpo más voluminoso que lo saludable a su peso y estatura. Además, en las personas obesas, el peso extra es sólo grasa, por lo que es muy difícil eliminarla.



Contrario a lo que mucha gente supone cuando conoce a Karla, ni el consumo excesivo de alimentos ni la falta de actividad física causaron su condición. “La tendencia a engordar es por herencia genética, toda mi familia siempre ha padecido sobrepeso y obesidad” comenta Julia, su madre. Ella ha aprendido a vivir con su condición, aunque sabe qué no es fácil para ella, ni para sus hijos que heredaron el problema, “Karla tiene el mismo problema que yo tuve y tengo ahora. No estoy conforme con cómo me veo, no estoy así porque quiera. La verdad no me gusta lo que mi imagen refleja en el espejo, en especial porque no me pongo lo que desearía”.



A los ojos de Julia, la salud de Karla podría acarrear un futuro profesional tan vacío como su guardarropa “Los problemas de obesidad pueden generar otras enfermedades de gravedad, lo que limitaría a Karla para conseguir trabajo. Además, nadie considera que ‘gordos’ tengan una excelente presentación, mucho menos si no tienen qué ponerse”.



Más allá de la ropa formal, Karla piensa en la ropa que usará para divertirse el fin de semana, “Ni qué decir de los trajes de baño...en ningún lugar tienen amplios, los cortes y colores modernos siempre son para las flacas”. Los trajes de baño, la ropa interior, los zapatos y los accesorios son todavía más escasos que el resto de la vestimenta. Para este tipo de prendas las páginas amarillas de un grueso libro de publicidad tan sólo ofrecen dos establecimientos. Uno de ellos es “Originales Rubio”.



En la calle Galeana 171 del centro de Guadalajara se escucha cómo se rasga una tela y el roce del metal de unas tijeras contra el vidrio de la vitrina-mostrador. La mano de Víctor Rubio traza líneas sobre una tela azul que se desborda del escritorio. Él modifica una de las camisas de su tienda, para que a su cliente del día anterior le quede a la perfección en pocos minutos. Víctor es uno de los hermanos Rubio que administran y surten el negocio familiar “Originales Rubio”. Con una sonrisa en el rostro, una escuadra y gises en las manos comenta “todos aquí sabemos algo de costura y sastrería”. Mientras hace memoria de las historias que han cruzado la puerta de su local, continúa con la reparación de la camisa.



No es ésta la primera vez que ha tenido que remendar la ropa de su misma tienda, con tal de que sus clientes se lleven algo que les guste y que les quede. En una ocasión los Rubio se encargaron de vestir a todos los miembros de un trío musical de la ciudad. Uno de los miembros de la rondalla los abandonó en el último momento. Los otros dos rápidamente consiguieron un remplazo. El nuevo músico era ideal: bueno, carismático y oportuno. Sin embargo, su talla era tan única como él. En toda la tienda Rubio no hubo un traje con las características del uniforme que necesitaba. La rondalla quería un músico, el músico quería un trabajo y los Rubio querían clientes satisfechos. Víctor recuerda que tomaron un traje más pequeño y lo adaptaron con cuchillas. Las cuchillas “son algo que como un parche o un remache. En la sastrería el uso de éstas es una práctica no muy común pero, es salvadora de trabajos”. Los Rubio utilizaron esta técnica en espalda, brazos, cintura y cadera del traje. En cuestión de unas cuantas horas el uniforme estaba listo y el trío musical también.



La melodía de las tijeras de Víctor no ha cesado. A su lado lo escucha Daniel Rubio, otro original de la franquicia familiar. Él se encuentra sonriente en la bulliciosa caja dónde atiende a su amplia clientela. Algunos son altos, otros chaparros. Todos hombres, todos obesos. Desde un cinturón de casi dos metros de diámetro hasta una camisa talla 54, el surtido de esta tienda piensa en todo, hasta en los zapatos, “nuestra oferta es para señores como tu papá o tu abuelo que gustan de vestir sencillos, serios y con clase. Para que no tengan que ir, o pedir ropa a sus familiares de Estados Unidos”.



Karla no es ajena a esta costumbre, de hecho la blusa con estampado de leopardo que trae puesta el día de hoy se la regaló un tío que vive en California. “Allá también hay mucha gente gorda, pero allá la ropa sí está bonita”. Se acerca su graduación y aunque buscó en tiendas desde el centro y el Mercado Libertad hasta grandes plazas comerciales y tiendas de



talla extra en los Arcos, no encontró nada bonito, nada que le guste tanto como sus jeans negros y el top estampado.



La búsqueda en tiendas para jóvenes, consistió en viajes a tres boutiques de vestidos que terminaban en mucho antes de cruzar la puerta de salida “no hay de tu talla. De ese no tenemos. La talla más grande es la 9”. El episodio es común, pero en esta ocasión al menos no le hicieron un gesto como el día que pidió un suéter rojo XL cuyo tamaño reducido no le ajustaría con facilidad.



Por ser una ocasión especial, Karla invertirá un poco más de dinero del que normalmente gasta. El plan B, cuándo no hay ropa que le guste, cuando no hay ropa que le quede. Confiar en las tijeras y el talento de su costurera y modista más cercana, Lisa González en la colonia La Calma. “Karla me cuenta que en la mayoría de los lugares a los que fue no tenían vestidos de su talla, y los vestidos que se probó eran aseñorados, para gente mayor. Mejor eligió el diseño en una revista y me lo trajo para que ver cuáles telas quedarían mejor y se lo hiciera yo misma” dice Lisa. Aunque esta opción es lo más cercano a tener un vestido bueno y bonito, no saldrá nada barato. El costo de la tela, los hilos, adornos, accesorios, tiempo y mano de obra, son mucho mayor inversión que pagar algo en una tienda después de una larga búsqueda. Es un lujo que Karla no puede darse diario, pero esta ocasión lo amerita.



Las habilidades de costurera de Karla no le permiten confeccionar su propia ropa, pero ha hecho un buen trabajo reparando su pantalón. Se dispone a guardarlo en un clóset casi vacío, pues ya se resignó a sólo comprar ropa cuando de milagro, no sólo le queda pero también le gusta. Karla cierra la puerta y sin gritar, sin llorar ni exagerar se queja “No sólo es lidiar con un problema de salud que me ha dañado mucho mi autoestima. También es saber que las personas se muestran indiferentes ante mi aspecto, porque yo, no tengo qué ponerme”